Comentario
La Historia de Motolinia, fuente etnohistórica
Como cualquier obra histórica, ésta proclama un cierto argumento y un discurso demostrativo: los indios mesoamericanos vivían endemoniados y actuaban como presos en las idolatrías falsas que confundían sus espíritus y que impedían su acceso al conocimiento de la religión verdadera. Dios, a través de los misioneros, ponía en el camino de la verdadera fe a estos indígenas, y los cristianos estaban destinados a cumplir la gran misión de ofrecerles el mensaje de Cristo, cualesquiera que fuesen los obstáculos que se opusieran a su conversión.
Puestos en el camino de esta misión trascendente, los franciscanos conseguían sus objetivos sin pausa y por diversos medios: sustituyendo los símbolos demoníacos indígenas por el signo supremo de la Cruz y por las representaciones formales de Cristo y de la Virgen María. El logro de estos fines pasaba por la predicación y por el ejemplo, pero era también necesario que se dieran señales de superioridad de una religión sobre otra y que los indígenas, como así ocurrió, estuvieran predispuestos a recibir en profundidad este mensaje religioso.
En este extremo, algunos milagros que se describen también coadyuvaron al logro de conversiones; y desde luego, el comportamiento moral de estos religiosos, y hasta incluso la visible relación de autoridad que mantenían con conquistadores y civiles españoles, les proporcionó el respeto reverencial hacia sus personas. Todo ello, más el prestigio de las victorias españolas, así como las alianzas con los señores indígenas entendidos como fuerzas locales de poder ancestral, y su misma dedicación a las masas sociales serviles, contribuyó a desarrollar en los indígenas un ánimo favorable a sus intenciones, mientras, al mismo tiempo, su sabiduría y su humildad impresionaban lo suficiente a los nativos, hasta el extremo de llevarlos a la conclusión de que estos misioneros pertenecían a una línea de relación que los entroncaba directamente con la divinidad en su más exigente proyección.
En los comentarios que constituyen nuestro interés, podremos apreciar cómo nuestro Motolinia iba cumpliendo este objetivo mientras, al mismo tiempo, descubría en el conocimiento del pasado prehispánico la información que necesitaba para hacer que los indígenas se hicieran cristianos. Las páginas que siguen pretenden poner en evidencia cómo se cumplieron los objetivos y cómo, además, esto significó el descubrimiento progresivo del modo de ser indígena, condición necesaria para alcanzar los fines misioneros. En realidad, el logro de este conocimiento se convirtió en pieza articular clave en el proceso de esta empresa.
Y ésta sería la razón primera del interés que tuvo Motolinia por saber cómo eran las culturas indígenas antes de la llegada de los españoles. Cabalmente por eso, para quienes se dedican a la Antropología de campo y son conscientes de que éste impone como condición indispensable el planteamiento de una observación empírica, directa y personal de los hechos, es obvio que la técnica de trabajo seguida por Motolinia es la etnográfica.
En un primer extremo, Motolinia estuvo condicionado por el hecho de que ignoraba la lengua indígena y que, por lo tanto, permanecía limitado por este inconveniente. Por eso, sus primeras aproximaciones al conocimiento de las culturas indígenas consistieron en indagar y en observar a quienes, desde un primer momento, españoles e intérpretes indígenas de éstos podían proporcionarle las informaciones que necesitaba, por lo menos para comenzar a saber cómo relacionarse con el mundo nativo y cómo iniciar, además, su misión evangelizadora.
Desde luego, Motolinia, al igual que sus demás compañeros franciscanos, contó con una primera ventaja a su favor: hacía cerca de tres años que los españoles que le antecedieron habían conquistado Tenochtitlán, y aunque no habían extendido todavía su dominio total por todos los extremos de Mesoamérica ##desde Michoacán al norte y desde Guatemala hacia el sur##, en general, sí habían establecido su poder en el punto más estratégico del imperio azteca, como eran su capital y los valles adyacentes.
Es también indudable que durante este tiempo se había conseguido establecer conocimientos lingüísticos mínimos para poder conseguir ciertos intercambios verbales entre indígenas y españoles, pues la misma convivencia social con éstos y la dependencia mutua que resultaba, los hacía necesarios. El mismo Hernán Cortés contó, desde el principio de su llegada a las costas mayas, con el auxilio lingüístico de doña Marina, la también llamada Malinche o Malintzin, y asimismo con el náufrago español jerónimo de Aguilar, para sus comunicaciones con los aztecas. Desde el comienzo de esta experiencia lingüística, es obvio que tres años después de la conquista de Tenochtitlán algunos jóvenes indígenas, y otros españoles, habían conseguido mantener intercambios lingüísticos suficientes que socialmente les permitían dialogar y comunicarse verbalmente en el transcurso de sus relaciones de convivencia interétnica.
Así, cuando los doce frailes arribaron a México tuvieron desde este mismo instante la oportunidad de disponer de una red de comunicación social, verbalmente suficiente, que tenía como base de maniobra a los intérpretes que utilizaban los españoles. Desde el inicio, por lo tanto, pudieron trabajar con indígenas, y en este sentido cabe añadir que si la historia de que nos ocupamos fue escrita hacia la mitad del siglo XVI, entonces Motolinia ya conocía el nahuatl, y según sus propias noticias, él y sus compañeros de misión llegaron a predicar hasta en tres idiomas nativos.
Los dos primeros años, estos frailes permanecieron instalados, y casi aislados, en sus casas o conventos, porque, como dice Motolinia, no sabían todavía las lenguas de la tierra. Después que las aprendieron, presumiblemente a partir de estos dos primeros años, empezaron a distribuirse por diferentes puntos del Anahuac11, y en el caso de nuestro fraile, parece haber estado en casi todos los lugares importantes de la zona, lo cual hizo posible que su conocimiento de la vida indígena fuera muy profundo.
Este convencimiento se induce de la lectura comparada de otras fuentes de la época, e incluso limitándonos al análisis de las descripciones, y se confirma cuando leemos, además, los Memoriales12 que él mismo escribiera, y en cuyo texto alcanzamos la convicción de que Motolinia no sólo escribió definitivamente sus libros a mediados del siglo XVI, sino que cuando lo hizo su mente estaba saturada de vivencias maduras suficientes como para haber cuajado, como así ocurre, una obra importante para el conocimiento de las culturas del altiplano mexicano. Lo cierto es que esto fue posible porque desde su llegada a México en 1524 ya pudo iniciar sus observaciones personales, y en función del carácter de su misión evangelizadora, entregarse a la redacción de informes y de notas que luego constituyeron el pósito de su experiencia intelectual.
La llegada de los franciscanos a México se hizo, pues, cuando ya se disponía de bases lingüísticas y sociales para comenzar la evangelización directa, pero el hecho de que estos frailes no dominaran todavía las lenguas nativas obligó a demorar las predicaciones directas. Sin embargo, dos años después, cuando ya estaban en condiciones de conversar con los nativos y de comprender el sentido de sus giros lingüísticos, es también evidente que ya disponían de informaciones que les fueron dadas por los propios españoles y por los intérpretes nativos de éstos.
Conforme a tales supuestos, Motolinia dispuso de informaciones y de informantes viejos para obtener las historias de las culturas indígenas, al tiempo que conseguía familiarizarse con sus tradiciones orales. Asimismo, y como era común entonces, los frailes podían disponer de libros indígenas que consultaban y entendían a través de intérpretes nativos. (Estos libros eran pictografías en amtl o papel indiano, y en pieles curtidas de venado.) Las primeras fuentes históricas que tuvieron a mano estos frailes fueron los llamados códices indígenas donde, por medio de glifos, se representaban acontecimientos e ideas. En dichos códices, la escritura podía ser ideográfica, esto es, relacionada con la expresión de ideas; pictográfica o referida a la representación de objetos, y fonética o que designaba voces o sonidos13.
El contexto de estos códices era, pues, muy variado y su estudio proporcionaba a los frailes informaciones que podemos considerar étnicas porque constituyen la versión de la cultura nativa desde los mismos indígenas. En cualquier caso, estos códices o escrituras propiamente indígenas habían sido elaborados por los llamados tlacuilo o tlacuiloque14, personajes encargados de escribir las historias y el pensamiento de sus naciones. Realmente, estos tlacuilo formaban parte de los estamentos sociales superiores, gozaban de gran prestigio y eran, en definitiva, los que recibían y conservaban este conocimiento expresado literalmente. En gran manera, estos códices tenían que ser interpretados en cada caso, y por lo mismo requerían ser enseñados a quienes se acercaban a ellos por primera vez.
Esto significa que Motolinia tuvo que ser auxiliado para su lectura por indígenas sabios, pues directamente no estaba en condiciones de hacerlo por sí mismo, a menos que ya hubiera obtenido la necesaria familiaridad con sus textos, habitualmente escritos sobre pieles de venado, o en telas de papel de maguey, o sobre telas de algodón tejido, en cualquier caso previamente alisadas y blanqueadas mediante la superposición de capas de yeso adheridas a estas superficies.
Para los nativos esta escritura constituía el medio tradicional de registro de sus memorias étnicas, de su historia y, en definitiva, era su literatura escrita. Venían a ser como Anales y se consideraban instrumentos oficiales de consulta, incluso de sus negocios con otras naciones, y eran utilizados a modo de documentos formales. Al mismo tiempo, y con respecto a la manera como Motolinia reunió esos materiales, estaban los informantes que recordaban tradiciones, sucesos e historias transmitidas de una generación a otra. Por ello, Motolinia y los demás cronistas españoles de la época que pudieron disponer de información directa u observada, se vieron obligados a consultar continuamente a estos sabios nativos en lo referente al conocimiento del pasado en sus cronologías y orígenes.
Cabalmente, pues, el fondo historiográfico de Motolinia consistió en estudiar estas fuentes escritas con ayuda de los tlacuilo, sobre todo, y en verificarlas, asimismo, a partir de sus informantes nativos, generalmente individuos de edades avanzadas y con autoridad intelectual capaces de recordar el sentido de los acontecimientos, tanto porque, en casos, habían sido protagonistas de ellos como porque disponían de estos conocimientos por tradición familiar, local o erudita.
Estas serían las fuentes que Motolinia pudo consultar y que, aparte de las que pudo obtener de otros españoles que, asimismo, disponían de informaciones semejantes o que las reunían en otros lugares utilizando los mismos procedimientos, formaron el corpus de la historia prehispánica que narra. Por ende, la indagación etnográfica que hiciera Motolinia podía ser hecha porque entonces fueron frailes quienes hicieron las mejores descripciones del mundo indígena, y esto ocurría no sólo porque dedicaban su tiempo a vivir con los indios, sino también porque eran los más preparados para registrar de modo sistemático lo que observaban.
Ellos mismos tenían la obligación de informar a sus superiores mientras, además, este conocimiento debía llegarles en forma muy organizada y categorizada. Excepto algunos cronistas, pocos, funcionarios de la Corona, como Gonzalo Fernández de Oviedo, en este tiempo los misioneros fueron etnógrafos excelentes. Salvo sus constantes admoniciones y juicios de valor aplicados a los comportamientos que describen, debemos considerarlos etnógrafos, los primeros, de la época moderna occidental. Motolinia debe ser incluido entre ellos.
El hecho de haber vivido la experiencia social con los indígenas a partir de 1524, pero sobre todo dos años después de esta fecha, cuando ya podía relacionarse con aquéllos en su lengua, permite reconocer que el trabajo de obtención de datos de campo se hizo recurriendo a técnicas de observación directa, con lo cual resulta que los datos que se nos transmiten dentro de esta obra cumplen, por lo que hace a sus técnicas de obtención, con los requisitos que habitualmente los antropólogos exigen de los miembros de su comunidad científica, en este caso, residencia, lo más prolongada posible entre los nativos sobre los que escribe, y rigor clasificatorio.